martes, 27 de septiembre de 2011

Rock chileno: Programa especial como invitada en Radio 3

Este miércoles 28 de septiembre, estaremos conversando sobre rock chileno en el Programa El Gran Quilombo, de Consol Sáenz, desde las 8 p.m. en Radio 3.

Ahora, cuando Javiera Mena continúa impactando en cada una de sus presentaciones –la última en las Fiestas de La Mercè-, y gracias a ella, a Gepe y a Dënver, en España se habla de Chile como el “nuevo paraíso del pop”,  vale la pena terminar de voltear hacia esa delgada franja de tierra, con un interesantísimo historial musical y un arsenal de artistas emergentes, también en las vertientes más rock.

No sólo el pop crece en Chile. Y si una de sus herencias musicales más importantes proviene del lado cantautor -Violeta Parra, Víctor Jara y la Nueva Canción Chilena-, el país sureño también colocó piedras fundamentales en el nacimiento y consolidación del rock latinoamericano.

Los Jaivas, Los Prisioneros y Los Tres son nombres imprescindibles no sólo para Chile, sino para el rock en español y la música actual latinoamericana, como apuntaba en esta serie sobre nuevas músicas de América Latina.

Con estos antecedentes y el legado de la familia Parra es que, a mi juicio, se vienen generando las propuestas más interesantes de la música actual chilena, en diversos géneros y tendencias.

Venga, pues, una mirada a los padres de todo y una muestra de lo que viene creciendo. Si ya aquí suenan Mena y Dënver y se sabe del rap Ana Tijoux o el electropop de Fakuta, apuntalaré el rock pop de Los Bunkers, el rockabilly garagero de Perrosky o el cruce de folk y psicodelia de Philipina Bitch, sin olvidar a The Ganjas.

Aquí ya se puede escuchar el programa:



Para completar la panorámica dejo unos videos de los artistas mencionados, con algunos datos referenciales, y otra lista de nombres a tomar en cuenta: Pánico, Pedropiedra, Los Chinches, Casino, Trancemission, Hielo Negro, Astro, Mostro, Caravana, Odisea… además de toda la camada de neucantautores como Chinoy, Nano Stern y Camila Moreno.

Perrosky
Retro y vanguardista. Revelación en el pasado Primavera Sound. Aunque prácticamente desconocido en Europa, el dúo enganchó a todo el que pasaba cerca del escenario. Rotunda descarga de folk, rockabilly y rock and roll de vieja escuela norteamericana, con un revés de campo sureño y un dejo garagero experimental. No gratuitamente Jon Spencer produjo su último disco, Tostado, grabado con máquinas análogas, micrófonos y amplificadores de los años 50 y 60. Más referencias en el post: Perrosky y el rock chileno en el Primavera Sound. En el video, grabado en su gira "Panamericana", vienen reforzados por la banda amiga Philipina Bitch.


Los Prisioneros
Antecedente fundamental del pop chileno actual, pero también estandarte del rock latinoamericano. Su tema “We are sudamerican rockers” abrió las transmisiones del MTV Latino, cual jocosa declaración de principios: “No nos acompleja revolver los estilos / mientras huelan a gringo y se puedan bailar. Nuestra pésima música no es placer para dioses / jamás ganaremos la inmortalidad”.


Rock, punk, rockabilly, new wave, electrónica y hasta el germen de un sonido “industrial” podrían apuntarse en su haber. Tan o más impresionantes y visionarias fueron –y son- sus letras, retrato de problemáticas todavía vigentes en la región: inmigración, identidad, postcolonialismo o exclusión, como apuntábamos en este post: "Cuando Latinoamérica empezó a rockear". Su tema “El baile de los que sobran”, bien podría ser la banda sonora de las protestas estudiantiles actuales, con ecos para el Movimiento del 15 M.


Los Jaivas
Padres del rock progresivo chileno, originalmente llamados “The High Bass”. Una de las piedras fundacionales del rock latinoamericano, al apropiarse del género, no sólo castellanizando su nombre, sino especialmente al incorporar las propias historias, ambientes, atmósferas, instrumentos y sonidos. Quenas, zampoñas, charangos, sonoridades y ritmos de folklore andino y sureño, unidos a un cuarteto de rock, con piano y minimoog. Alturas del Machu Picchu, un álbum y un documental filmado en las propias ruinas, con Vargas Llosa como presentador, es una musicalización del Canto General de Pablo Neruda y es considerado el segundo mejor disco de todos los tiempos, después de Las Últimas Composiciones de Violeta Parra. Marcaron una línea de psicodelia que hoy continúa presente en grupos como The Ganjas.


Los Tres
Agrupación estandarte de los 90, que logra cuajar un rock reconociblemente chileno. Aunque internacionalmente menos conocida que La Ley, es a mi juicio una de las bandas más consistentes y originales de Latinoamérica. Supo catalizar la fuerza del rock clásico, el rock and roll y el rockabilly, a través de la sensibilidad y picardía del jazz huachaca y la cueca chora, logrando un sonido maduro y personal, en el que confluyen tiempos, espacios, técnicas y ritmos. Aquí uno de sus mejores videos, con su lado más acústico.


Grandes virtuosos en sus instrumentos, como decía en el post “Mas allá de lo ‘auténtico’…”, sus integrantes encontraron su particularidad y su fuerza a través de la herencia de Roberto y Lalo Parra, de la música que nació en los burdeles y fondas de los puertos, cuando los músicos locales, entreteniendo a los ‘gringos’ con jazz, fox trot y charleston, terminaron reconfigurando las cadencias populares más callejeras. En la sesión del MTV Unplugged demostraron cómo una mirada al pasado puede ser liberadora, apuntalando la creación sin prejuicios, sin categorías absolutas que defender o estabilizar.


Los Bunkers
Una de las bandas activas más destacadas en lo que va de siglo, especialmente por sus presentaciones en vivo. En cierto sentido, la evolución pop del rock chileno de Los Tres (Álvaro Henriquez, apadrinó sus primeros pasos). Por sonido y aspecto les solían decir los Beatles chilenos, aunque es más bien heredera, en clave rock pop, de esa línea de fusión con sonidos de raíz folklórica o popular, especialmente de la Nueva Canción Chilena, Víctor Jara y Violeta Parra, además de Inti Illimani y Quilapayún, a quienes también han homenajeado con su look. Radicados en México, en los últimos tiempos se han decantado por un sonido más pop e internacional. Acaban de sacar un disco de versiones de Silvio Rodríguez, pero yo prefiero destacar un video del álbum anterior, Barrio Estación.


Philipina Bitch
Novel y potentísimo dúo, proveniente de Concepción. Heredero en igual medida, tanto de sus coterráneos Los Tres y la familia Parra, como del primer Pink Floyd, Syd Barret y The Beatles. Prácticamente desconocida fuera del under chileno y muy austera en recursos, la banda sorprende y engancha por la fibra en la interpretación. Curiosa y enérgica mezcla de vanguardia experimental y descarga psicodélica, con tradición y sensibilidad cantautora. El peso de los ingredientes cambia según el carácter de cada canción.


lunes, 12 de septiembre de 2011

Con mano izquierda: corazones solitarios y cazadores adormecidos
(A propósito de la novela de McCullers, Chile y Felipe Camiroaga)


La referencia a la mano izquierda originalmente no era porque pensara tratar un tema particularmente delicado, sino porque como la tendinitis me había mantenido alejada de este blog, tuve que recurrir literalmente a la mano izquierda para dar alguna fe de vida. Con la “siniestra” pensaba, pues, colocar unas líneas mínimas con un par de cosas que hubieran llamado mi atención en estos días.

Pero al sentarme aquí mis pensamientos han terminado recayendo, una y otra vez, con diferentes excusas, en una misma cosa: The heart is a lonely hunter, de Carson McCullers. Y la razón por la que vuelvo y relaciono tantas cosas con este libro, puede que sí amerite cierta “mano izquierda”.

Hasta este verano no había leído esta primera novela de Carson McCullers. Y qué novela. A pesar de lo insólitamente ridícula de la traducción de Seix Barral –en los diálogos se traduce “ok”, como “conforme” (es que hasta la computadora Hal suena más humana; tocará releerla en original), el libro no sólo me capturó, sino que se ha quedado ahí dándome vueltas, con ecos y resonancias.

No pretendo hacer aquí un gran análisis de la obra –mi mano solitaria, no me lo permitiría. La traigo a colación precisamente por los ecos, porque ahora, cuando todavía veo algunas notas “llorando” a Amy Winehouse –cada vez más pocas y pronto desaparecerán, hasta algún aniversario- y recuerdo cómo se hablaba de Kurt Cobain como el representante de una generación desencantada, me quedo pensando en cuántos han sido nuestros respectivos Mister Singer, ese sordomudo elegante del cual nadie sabía realmente nada, pero alrededor del cual todos comenzaron a girar.

Cuando Chile se pone de duelo, no por todos los fallecidos en el accidente de avión en el archipiélago Juan Fernández, sino especialmente por la muerte del animador de las mañanas Felipe Camiroaga -la gran “compañía de los sencillos”, dicen, de quienes tienen poco o nada y se sentían reconfortados por sus humoradas-, me pregunto hasta qué punto nos conmovemos –y nos dejamos llevar- por proyecciones.

Y no quiero referirme aquí a la calidad de artistas y personas que eran realmente Winehouse o Camiroaga –este último falleció ayudando en la reconstrucción de las zonas afectadas por el terremoto de 2010. Ni siquiera quiero referirme a la pena que puede producir la pérdida de alguien cercano –o no-, sino a cómo asumimos en nuestras vidas ciertas figuras públicas y mediatizadas.

A Mister Singer nadie lo conocía. En contraste con la imagen un tanto grotesca de las primeras páginas -la del dúo que formaba con su amigo Antonapuolos-, a lo largo de la novela va adquiriendo cada vez mayor brillo. Y va ganando nobleza, por lo que dice e imagina la gente. Precisamente porque no habla, se convierte en el modelo perfecto para vestir los trajes que cada quien le quiera poner: de amigo, de padre, de justiciero, de confidente.

Por su aspecto sobrio y su mirada atenta y amable, unos lo toman por judío, otros por protestante, unos por sabio, otros por santo… cada quien según sus necesidades o deseos. Pero en el pueblo nunca se enteran de lo que realmente le importa. Y lo que le interesa a Singer nada tiene que ver con los sueños y expectativas más o menos nobles, que cada uno de los personajes le fue endilgando: la justicia, la igualdad o la sensibilidad artística.

A Mister Singer sólo le importa su amigo recluido en un sanatorio, Antonapuolos, quien, como para remarcar todavía más la soledad humana, tampoco lo conoce realmente. Pocas veces o nunca da señales de comprender todo lo que Singer le cuenta, ni muestra real empatía; sólo funciona como una especie de receptáculo más o menos pasivo de sus regalos y cariño.

Todos creen que lo aman, pero nadie sabe quién es. Le hablan pensando que existe una “comunicación secreta entre ambos”. Cada uno le habla “más de lo que había hablado con nadie en su vida”. Comparten con él porque tienen “la sensación de que el mudo nunca dejaba de comprender lo que querían comunicarle. Y tal vez más aún”, “como si el hombre fuera una especie de eminente maestro; sólo que, como era mudo, no podía enseñar.”

Y yo leo la novela y veo las noticias y vuelvo a preguntarme cuántos han sido y serán los “personajes” que, sin haberlos tocado realmente o precisamente por no poder llegar a ellos, encarnan todas nuestras expectativas del amigo, del hijo, del hermano cercano que en realidad no tenemos.

O, peor aún, del que sí tenemos, pero que no tratamos mucho, mientras criamos gatos o perros y lloramos a Camiroaga y antes a Cobain, porque la convivencia es difícil, porque “ese no pareciera hermano mío”, porque “la vieja está muy pesada”, porque con seres que sí hablan y que no están tras el cristal de la televisión es mucho más difícil ponerse de acuerdo.

Amy Winehouse, como Michael Jackson o Felipe Camiroaga pueden funcionar como nuestros Singer de carne y hueso -y eso si es que sus imágenes en los medios puede considerarse más reales que las descripciones en una novela. Sólo que en lugar del silencio, lo que da pie a que cada quien cree su propia historia, quizá sea el escándalo, la exposición masiva, el parloteo de cada mañana y, lo más grave, las proyecciones mercadotécnicas de productores, medios, publicistas y asesores de imagen.

Precisamente porque “no hablan”, más allá de sus imágenes mediatizadas y construidas; porque no podemos llegar a ellos para tratar de entender quiénes son y cuál es su verdadera tragedia –si ya es difícil llegar a quien tenemos al lado, cómo podríamos alcanzar a una “estrella"-, entonces vemos en esa pantalla lo que queremos ver, nos proyectarnos en ellos y les inventamos virtudes e historias.

Se entiende. Es humano. Pero aunque tales proyecciones pueden acercarse más o menos a la realidad –creo, por ejemplo, que Camiroaga era buena persona- no deja de ser patético que tengamos que recurrir a ellas, para sentirnos menos solos y pretender que nuestros sueños y miserias cotidianas tienen algún sentido.

Al final de la novela, todos lamentan la muerte de Mister Singer, pero se produce una especie de desencantamiento. Más allá del misterio de su suicidio, todos se afligen, más que por él, por sí mismos, porque ya no tienen ese pedazo virtuoso de ellos mismos, encarnado en ese caballero elegante. Caen en cuenta entonces de cuán sólo están y de qué es lo que han estado perdiendo o aplazando, obnubilados por sus propias proyecciones y fantasías.

Se trata de un desencantamiento desolador, sin duda. Pero lo terrible es que en la vida real a veces ni siquiera tenemos ese momento de desencantamiento; no llegamos a ver cómo se quiebra el espejo mágico, ni tomamos conciencia de la alienación. Por el contrario, lo peligroso es que nos dejémonos impresionar, no por nuestros ‘héroes’, sino por quienes se aprovechan de esas figuras y sus muertes, y perdemos de vista a quien realmente tenemos al lado, o nos distraemos de nuestras propias luchas. Quedamos así, no sólo solitarios, sino también adormecidos, esperando al nuevo Mister Singer que nos quieran presentar.

Conocemos el viejo truco, la cortina de humo que pueden significar las declaraciones de guerra, o los llamamientos masivos de solidaridad ante desgracias. Pero seguimos cayendo, sin reparar demasiado en qué dejamos de lado o quién saca provecho.

Mientras lloramos las historias de héroes y buenas personas que en realidad no conocemos, en Chile, por ejemplo, en estos días se llegó a criticar que continuaran las movilizaciones estudiantiles, en medio del luto por la tragedia en la isla de Juan Fernández y la muerte de Camiroaga -de hecho se suspendieron actividades-, aunque ahí, en esas protestas y con el inminente peligro de perder fuerza con la pausa, se estuvieran jugando las reivindicaciones sociales de mayor profundidad desde la caída de la dictadura.